31 años
Por que sí, por que no y por que también.
A mis 31 años de vida he descubierto que todo puede ser justificado. Las cosas que hacemos solo necesitan una explicación, por más absurda que sea, para ser aceptadas. Nadie parece actuar sin tener la excusa perfecta antes de hacerlo, pero ¿qué pasa cuando queremos olvidar razones y dejarnos llevar?
Mis 31 años comenzarán sin razón en Bolivia o la razón sería un guayabo tanto moral como físico que me llevó a querer irme lejos de aquí. Bolivia y Perú fueron los destinos elegidos por ser centros de energía y paisajes increíbles, tener acceso a un lugar en el que el cielo y el suelo se unen me parece muy adecuado para volverme a buscar y encontrar.
Comienzo un año nuevo con nuevas metas e ideas, amor y más amor, con ansias por el futuro, con la firme convicción de que todo va a estar y salir bien...
Sigo sin quererme atar a la realidad social, sigo queriendo que el contexto no me coma viva, sigo viviendo de manera apasionada, sigo siendo yo.
Aunque debería volverme más seria, no quiero hacerlo, quiero hacer y luchar por lograr cosas, pero si me pierdo por momentos, saber que es normal, y encontrar el apoyo necesario para volverme a encaminar.
En enero del año pasado escribí un texto sobre lo que nos exigía el resto:
La sociedad nos exige que vivamos demasiado jóvenes, que a los 30 es necesario haber vivido con alguien o por lo menos haberlo intentado.
Vivimos en función de lo hecho sin pensar que aún tenemos 60 años por vivir, nos afanamos en encontrar el amor, y creemos que nuestras tragedias pueden acabar con nuestra vida.
Insisto, nos concentramos en los árboles sin ver el bosque. Somos egoístas porque debemos serlo.
Pues bien, a mis 31 ignoro a la sociedad por completo.
Estoy viva y tengo este talento de hacer lo que quiero, de vivir apasionadamente todos los momentos, la fortuna de siempre tener trabajo; de tener la mejor sonrisa del mundo: abierta y real; de cargar con un corazón grande que se enamora con una facilidad alarmante; de sonreír con los ojos entrecerrados y ganarme calificativos como mary-moon; de llorar a moco tendido cuándo siento que algo es injusto, cuando estoy triste, cuando me emociono, cuando me río; de acelerarme y tomar decisiones sin pensar; de ser ansiosa; de ser imprudente porque hablo siempre con la verdad y a pesar de que he aprendido a ser diplomática, aún me falta un montón.
Nunca he dejado de soñar y solo pocas personas me han hecho sentir menos de lo que soy, no me conformo con nada y siempre quiero más (cosa que puede agotar a más de uno). A veces no logro contenerme a mí misma, a veces me aburro totalmente de la vida, de ser todos los días, pero no por eso voy a renunciar a mí misma.
Estoy feliz por cumplir 31 años, estoy feliz porque no soy una más, porque cuando alguien sale conmigo mis tías y primos lo primero que hacen es advertirle que soy especial, que cualquier cosa puede pasar. No quiero hacer parte del montón, no quiero vivir lo que vive el resto, quiero que la magia (mi magia) haga parte de mi vida, quiero mi propia novela y trabajo por ella.
Este texto parece ser un grito de inmadurez a mis 31 años y no me importa. Aún faltan más de dos semanas para terminar con los 30, quizá el 9 de agosto mi discurso cambie por completo.
A mis 31 años de vida he descubierto que todo puede ser justificado. Las cosas que hacemos solo necesitan una explicación, por más absurda que sea, para ser aceptadas. Nadie parece actuar sin tener la excusa perfecta antes de hacerlo, pero ¿qué pasa cuando queremos olvidar razones y dejarnos llevar?
Mis 31 años comenzarán sin razón en Bolivia o la razón sería un guayabo tanto moral como físico que me llevó a querer irme lejos de aquí. Bolivia y Perú fueron los destinos elegidos por ser centros de energía y paisajes increíbles, tener acceso a un lugar en el que el cielo y el suelo se unen me parece muy adecuado para volverme a buscar y encontrar.
Comienzo un año nuevo con nuevas metas e ideas, amor y más amor, con ansias por el futuro, con la firme convicción de que todo va a estar y salir bien...
Sigo sin quererme atar a la realidad social, sigo queriendo que el contexto no me coma viva, sigo viviendo de manera apasionada, sigo siendo yo.
Aunque debería volverme más seria, no quiero hacerlo, quiero hacer y luchar por lograr cosas, pero si me pierdo por momentos, saber que es normal, y encontrar el apoyo necesario para volverme a encaminar.
En enero del año pasado escribí un texto sobre lo que nos exigía el resto:
La sociedad nos exige que vivamos demasiado jóvenes, que a los 30 es necesario haber vivido con alguien o por lo menos haberlo intentado.
Vivimos en función de lo hecho sin pensar que aún tenemos 60 años por vivir, nos afanamos en encontrar el amor, y creemos que nuestras tragedias pueden acabar con nuestra vida.
Insisto, nos concentramos en los árboles sin ver el bosque. Somos egoístas porque debemos serlo.
Pues bien, a mis 31 ignoro a la sociedad por completo.
Estoy viva y tengo este talento de hacer lo que quiero, de vivir apasionadamente todos los momentos, la fortuna de siempre tener trabajo; de tener la mejor sonrisa del mundo: abierta y real; de cargar con un corazón grande que se enamora con una facilidad alarmante; de sonreír con los ojos entrecerrados y ganarme calificativos como mary-moon; de llorar a moco tendido cuándo siento que algo es injusto, cuando estoy triste, cuando me emociono, cuando me río; de acelerarme y tomar decisiones sin pensar; de ser ansiosa; de ser imprudente porque hablo siempre con la verdad y a pesar de que he aprendido a ser diplomática, aún me falta un montón.
Nunca he dejado de soñar y solo pocas personas me han hecho sentir menos de lo que soy, no me conformo con nada y siempre quiero más (cosa que puede agotar a más de uno). A veces no logro contenerme a mí misma, a veces me aburro totalmente de la vida, de ser todos los días, pero no por eso voy a renunciar a mí misma.
Estoy feliz por cumplir 31 años, estoy feliz porque no soy una más, porque cuando alguien sale conmigo mis tías y primos lo primero que hacen es advertirle que soy especial, que cualquier cosa puede pasar. No quiero hacer parte del montón, no quiero vivir lo que vive el resto, quiero que la magia (mi magia) haga parte de mi vida, quiero mi propia novela y trabajo por ella.
Este texto parece ser un grito de inmadurez a mis 31 años y no me importa. Aún faltan más de dos semanas para terminar con los 30, quizá el 9 de agosto mi discurso cambie por completo.
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