Tiempo y otras fantasías

En algún momento perdemos el horizonte. El trabajo nos consume y deja de haber tiempo para hacer. Hacer, una palabra extraordinariamente amplia.
Hacer es disfrutar de una actividad así esta sea no hacer nada.
Hacer es poder sentarse a leer, escribir, cantar, ver películas. Es estar. No pensar mucho en las cosas, solo dejarse llevar.
Hacer-soñar, ilusionarse con metas y llevarlas a cabo.

Desperdiciamos el tiempo quejándonos de que no tenemos tiempo, cuando en realidad lo que nos falta es decisión. Decidir hacer. Convencernos de que no hay imposibles, de que podemos hacer todo aquello que nos propongamos.

Lo siguiente es encontrar que queremos hacer. Hacer de verdad, no una obligación adulta. Una vez crecemos dejamos de soñar con absurdos y comenzamos a pensar en realidades palpables, en obtener. Dejamos de pensar en hacer-placer, para solo pensar en hacer-obtener.

Trabajar es hacer para vivir bien, para hacer parte de un sistema capitalista que nos indica que hay que pagar por todo para disfrutar, para tener lo mejor. Así toda la vida: un flujo de tiempo desperdiciado en cotidianidad obligada.

Podemos renunciar, pero ¿para qué lo haríamos? Necesitamos ese trabajo diario para poder tener con que comer, viajar y pagar todos los lujos y gastos de la vida.

Somos esclavos de un deber ser autoimpuesto, impuesto por un sistema económico. Sabemos que es lo importante (la familia, la salud, el amor y otros tantos conceptos) y hacemos todo por darle lo mejor.

El sistema no es malo, no quiero convertirme en una hippie y abandonarlo todo, vivir en la finca y sembrar mi propia comida (es posible hacerlo, conozco gente que lo ha hecho), pero no quiero dejar de viajar, de trabajar, de tener. Debo encontrar mi hacer-placer y sacarle tiempo. Debo encontrar un equilibrio.


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