El lobo, el lobo, el lobo
¿Recuerdan la historia del pastorcito mentiroso que gritaba "¡el lobo, el lobo, el lobo!" Y el pueblo salía corriendo a salvarlo, pero cada vez que llegaban él se moría de la risa engañando a todo el mundo? Estoy pensando que cada uno de nosotros tiene un pastorcito por dentro que se emociona cada vez que conocemos a alguien y nos grita “¡Me enamoré! ¡Me enamoré! ¡Me enamoré!”. Nuestro pastorcito interno es enamoradizo y se burla de nosotros mismos, nos enamora en el primer intento y nosotros caemos, lo gritamos a los cuatro vientos.
Da un poco de miedo el enamoramiento, da miedo que pase lo del pastorcito, que de tanto decir "me enamoré" nos estemos mintiendo a nosotros mismos y el amor ya no sea amor.
Casos hay muchos, recuerdo la historia de un amigo que a la semana de conocer a su vecino, anunció que estaba en una relación en Facebook, para que el personaje a la semana siguiente no volviera a dirigirle la palabra. Enamorarse, hacerle caso a la voz del pastorcito es hacer una apuesta y ninguna apuesta es segura.
No engañamos a nadie, una vez que involucramos a alguien en nuestra vida mediante presentaciones sociales con nuestros amigos y familia no solo estamos siguiendo el grito de “¡Me enamoré! ¡Me enamoré! ¡Me enamoré!”, sino que nos estamos dando la oportunidad real de amar. No podemos dejar a quien queremos por fuera de nuestros círculos a pesar de que esa persona desaparezca en la madrugada.
Muchos juzgan esta actitud como enamoradiza, pero es que no nos agotamos de buscar el amor, de intentarlo una y otra vez. El “me enamoré” siempre va acompañado por una nueva oportunidad, un volver a empezar. Es un estado que nos lleva muchas veces a caer en frases de cajón como “nunca me había sentido así” o “esto es nuevo para mí”, y no estamos mintiendo, es que en verdad todo se siente novedoso y como si fuera la primera vez (otra vez), porque la mente, el corazón se protegen mucho y olvidan el pasado para poder seguir adelante.
Hay quienes a los días de conocerse planean viajes, han recorrido el mundo en un minuto y gritan sin pena “¡Me enamoré! ¡Me enamoré! ¡Me enamoré!”, para dejar de amar meses después. No nos hemos burlado de nadie, es solo que amar está en nuestro ADN.
Volvemos a enamorarnos por las particularidades del otro, es la novedad, es la curiosidad por lo desconocido. Es el enigma lo que nos hace volver a caer en el amor.
Quizá escribo esta historia porque estoy comenzando a salir con alguien y no quiero ser la pastorcita mentirosa; tengo una voz en mi mente que no quiere cumplir estándares sociales y me grita "me enamoré"' pero yo lo niego porque me da pánico, porque se supone que debo darme tiempo para que todo pase, porque no es lo socialmente correcto y porque conozco a mi pastorcita.
Lo mejor es que más allá del amor me siento tan bien, que quiero pensar que necesitamos un nuevo lenguaje para describir lo que sentimos, que no podemos seguir describiendo todo con los mismos términos y que el amor está sobrevalorado e injustificado. No podemos encasillar nuestros sentimientos y comparar una situación a la siguiente cuando somos conscientes de que cada persona es un mundo y que cuando se unen dos mundos se crea un nuevo universo.
Mi amor, el que estoy viviendo, no tiene un tiempo ni espacio lineal, se construye con confianza, saliendo a cazar monstruos en la oscuridad y en el día.
Mi nuevo mundo se construye con miradas profundas con una voz gruesa, se mueve con una pasión en todo lo que hacemos, es una fábrica creativa.
Tiene música, canta y baila, engaña, sueña y crea realidades paralelas, no tiene que estar en la tierra ni pisar mis huellas para sentirlo a mi lado, para saber que me sigue.
Me acompaña con letras, con su esencia, con flores y pájaros cantores.
Mi amor me narra historias porque cree en la imaginación, porque sabe que la realidad es prestada, que son las fantasías las que nos mueven y que debemos seguir siendo nosotros mismos para sobrevivir a este tornado emocional.
Tiene brazos y abrazos, un pelo rebelde que solo el viento logra peinar, una sonrisa escondida de las fotos, una seriedad falsa, un romanticismo que se le escapa en silencio para acercarse a mi.
Quizá mi pastorcita ganó la batalla, quizá no haya nada más que hacer y solo quede ceder, intentar volver sus deseos en realidad, hundirme en la profundidad de sus ojos o envolverme en sus fantasías espaciales.
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