Una novela al desayuno
Estábamos sentados esperando el desayuno cuándo la realidad y la fantasía se cruzaron en un solo hecho:
Resulta que Rosa María, mujer de bajos recursos, entregó las escrituras de su casa inocentemente, luego de que el capataz del pueblo se la pidiera para no meterse con su hija.
Así Rosa perdió su techo, aunque no inmediatamente, ya que el capataz (muy querido él) la dejó vivir en su casa, hasta que su hija tuviera 21 años.
Carla creció y a la edad de 21 se enamoró de su patrón, que no era otro que Alejandro, el hijo del capataz. Cuando el capataz fue a reclamar su terreno (el ganado con amenazas a Rosa María), su hijo intentó detenerlo de la mejor forma que sabía, a través del derecho.
Y es que Alejandro era abogado y también se había encaprichado con Carla, aunque estaba seguro que su amor no prosperaría le parecía que lo más justo es que si se acostaba con ella, ella pudiera preservar su techo. Así que hizo lo obvio y le dijo a Carla:
- Amada mía, no te preocupes, la escritura que tiene mi padre, no tiene valor, dile a tu mamá que vaya a la notaría y pida una copia del certificado libertad y tradición que debe estar a su nombre. Eso sí, debe estar debiendo los 15 años de impuestos desde que mi papá le pidió la escritura o tu virginidad. - Alejandro decía esto mientras se reía de la ironía de haber terminado él con la virginidad de Carla y hacía un brindis en su cabeza en honor a su padre porque todo quedó en familia.
Esta historia muestra como mueren las novelas en trámites... y que no se necesita sino 5 minutos de descanso de la vida real para crear un novelón.
Resulta que Rosa María, mujer de bajos recursos, entregó las escrituras de su casa inocentemente, luego de que el capataz del pueblo se la pidiera para no meterse con su hija.
Así Rosa perdió su techo, aunque no inmediatamente, ya que el capataz (muy querido él) la dejó vivir en su casa, hasta que su hija tuviera 21 años.
Carla creció y a la edad de 21 se enamoró de su patrón, que no era otro que Alejandro, el hijo del capataz. Cuando el capataz fue a reclamar su terreno (el ganado con amenazas a Rosa María), su hijo intentó detenerlo de la mejor forma que sabía, a través del derecho.
Y es que Alejandro era abogado y también se había encaprichado con Carla, aunque estaba seguro que su amor no prosperaría le parecía que lo más justo es que si se acostaba con ella, ella pudiera preservar su techo. Así que hizo lo obvio y le dijo a Carla:
- Amada mía, no te preocupes, la escritura que tiene mi padre, no tiene valor, dile a tu mamá que vaya a la notaría y pida una copia del certificado libertad y tradición que debe estar a su nombre. Eso sí, debe estar debiendo los 15 años de impuestos desde que mi papá le pidió la escritura o tu virginidad. - Alejandro decía esto mientras se reía de la ironía de haber terminado él con la virginidad de Carla y hacía un brindis en su cabeza en honor a su padre porque todo quedó en familia.
Esta historia muestra como mueren las novelas en trámites... y que no se necesita sino 5 minutos de descanso de la vida real para crear un novelón.
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