Creer

Creer es mucho más difícil que no hacerlo.

Creer en que lo imposible existe y es posible duele, porque requiere de fe, pero nos da una sensación de felicidad que no podemos ocultar.

Creer es más difícil que no hacerlo, porque siempre intentamos prepararnos para que el otro nos falle, para no caer en promesas. Ser incrédulos es un acto de defensa.

Con el tiempo hemos dejado de creer para protegernos, porque nos hicieron daño cuando creímos. La experiencia nos ha roto bases que creíamos indestructibles (como que el matrimonio es para toda la vida, que el amor todo lo resiste y aguanta).

Le huimos al amor porque requiere fe, requiere creer en el otro, requiere creer en sus silencios, en sus espacios, saber que existimos a pesar de no haya prueba de ello.

Creer como cuando éramos niños o adolescentes y volvernos a enamorar completamente sin remedio, creyendo en el sentimiento, sin razonar.

¿Cómo podríamos sostener algo sin creer?

Yo quiero creer, aunque mi mente me diga que lo que viene es dolor. Eso nadie lo sabe y yo quiero creer lo contrario.

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