Un cuento de banco

Llegó al banco con el cansancio de la jornada, pero dispuesto a terminar las vueltas para la compra de un apartamento. Ese mismo día había tenido que luchar contra la burocracia de otros dos establecimientos financieros y por fin había conseguido su plata.

Al parecer los bancos creen que la plata de sus clientes es suya y no de las personas, por ello la cuidan hasta de sus propios dueños y se amañan para no devolverla o entregarla cuando se decide retirarla.

Ahora con sus cheques de gerencia en la mano y listo para consignar, llega al tercer banco del día para enterarse que tiene el turno 354, 45 turnos después del que está en pantalla.

Como es normal en los bancos con horario extendido, las sillas no alcanzan para retener a los clientes que por su trabajo no cuentan con más tiempo para hacer sus vueltas. Desesperado mira su celular una y otra vez, pareciera que los minutos de la pantalla nunca hubieran tenido segundos y se movieran con un paso solo comparable con el de las babosas.

El trato de las que atienden tampoco deja nada que desear, a veces se paran por cinco minutos a hablar entre ellas, mientras los clientes miran impávidos e incapaces de actuar ante semejante descaro.

Sale del banco faltando 35 turnos para el suyo. Come en la tienda de la esquina un chocorramo con gaseosa y vuelve al banco pasados 20 minutos. La pantalla titila el número 327, han pasado 8 turnos y lo que se siente como una vida entera.

Aún no hay sillas vacías en el recinto, y el calor humano pareciera ir en aumento.

Soluciones, mirar sobre el hombro la revista, periódico gratuito o libro que está leyendo la persona más cercana, ver una y otra vez las cartillas con los “Créditos a mejores tasas”, “Refinanciamos tus tarjetas” o “El apartamento que quieres puede ser tuyo con uno de nuestros créditos hipotecarios”.

Piensa en tomar los recibos de consignación y transformarlos en pequeños barcos o aviones de papel; en rayar uno que otro afiche, pintando de negro los dientes de alguna modelo sonriente. Está bien, su imaginación y la espera estaban volviéndolo delincuente.

De pronto vuelve a ver el celular, ignorando al vigilante, no encuentra nada nuevo en su quinta revisión de Facebook y se le acababan las ideas, comienza a sentir el cansancio del día. Aún de píe se quedaba dormido cada vez que cierra los ojos. El timbre del turno lo despierta y decide usar su mejor arma: su sonrisa.

Se acerca a la asistente más vieja, fea y amargada, y como él solo sabe hacerlo le sonríe y dice: “turno largo, eh”, torciendo un poco la boca de forma sexi e inevitablemente causando una pequeña sonrisa.

La señora no cede tanto como él esperaba, así que continúa entre coqueteo y chiste, ya que su segunda arma más fuerte es el sentido del humor, fino e inteligente. Ataca con todo.

- Sabes, se que tengo que esperar mi turno, pero estoy seguro que tanto tú como yo, queremos que esto acabe rápido.

La señora lo mira con cara de “de qué hablas loco”, pero él continúa.

- No me mal interpretes, yo digo que mi vuelta es rápida, y la verdad debería obtener un turno preferencial, ya que la consignación es para una persona muy importante de esta empresa.
- A ver…
- Sí, como verás, vengo a hacerle una consignación a Rosita de Méndez…
- Mmm está bien, por favor toma un turno de PQR y ya te soluciono el problema…

Sale de la sala con una sonrisa triunfadora, mientras nota cierto odio en las miradas del resto de los clientes. A los cinco minutos lo llaman a caja.

Piensa que ya se ha terminado todo, que pronto podría firmar la compra venta y que su “relación bancaria” finalizará sin más traumatismos. Se equivoca. 

En la mañana del siguiente día despierta con un mensaje en su celular: su cuenta bancaria se encuentra bloqueada por movimientos extraordinarios.

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