Rusia, segunda parte

Caminando en la noche hacía mi casa desde Transmilenio, sentí por un momento que estar en Bogotá es parte de un gran viaje y recordé, sin proponérmelo, uno de los mejores momentos que viví en mi viaje: ir al ballet ruso y ver Gisselle en el Teatro Bolshoi. La sensación de estar mirando una obra de People & Arts en vivo fue increíble.


Por supuesto debo admitir que no todo fue perfecto. Como estábamos lejos de nuestra residencia no pudimos cambiarnos la ropa, así que toda la obra estuvimos rodeados de mujeres muy bien vestidas (de vestido largo y todo) mientras que nosotras (María Juliana, Laura, Juana y yo) andábamos de tenis y jeans.
Rusia es como un amor perdido.
Llegue al país sin expectativas, con más ganas de ir a Israel, que realmente Rusia, pero dispuesta a conocer lo que más pudiera. Su hermosura me sorprendió. Llegamos de noche al centro a buscar, en medio de edificios viejos, nuestra residencia. En Moscú la tecnología se camufla en medio de las construcciones viejas. Por ejemplo, para entrar a muchas puertas debes conocer más de una clave digital.
Entonces con Mari Juli nos encontramos en esta ciudad fría, rodeadas de almacenes de las marcas más finas del mundo, mientras las construcciones parecen no haber cambiado desde antes de la revolución obrera en 1890.
Es así como los contrastes, la supremacía de los edificios y todo absolutamente todo (hasta la gente caminando de afán) te envuelve.
Rusia es como un amor perdido, porque solo me di cuenta de lo fascinante que era cuando ya estaba inmersa en él. Fue un amor que despertó, como si desde antes lo hubiera querido.
Las historias por contar son muchas, recorrer mercados y parques en medio del frío, dejarnos convencer de comprar los gorros, comer en panaderías de metro, o haber montado en el tren de tercera clase y rodeadas de soldados, son solo algunos de los muchos recuerdos de este grandioso país.



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