Mar
No es silencio lo que me rodea, porque escucho el sonido de mi respiración tomando aire del tanque de oxigeno.
Me volteo asustada cuando miro la inmensidad al frente y creo que me he perdido debajo del mar, que todos han desaparecido. No obstante, vuelvo a ver a mi lado al instructor de buceo que me hace la seña de todo bien debajo del agua.
Un poco así fue mi primera clase de buceo. Fueron 12 metros de inmersión que me permitieron sentir que estaba dentro de uno de los acuarios que he visitado.
El horizonte que vemos sobre el mar se termina cuando te sumerges y te sientes visitando un pequeño mundo, que de pequeño no tiene nada, pero que nombro así por el tamaño de ciertos peces, es un mundo lleno de precipicios, de un negro que no sabemos a donde lleva, pero que otros han recorrido y mientras nado de forma relajada aparece una morena abriendo la boca para respirar.
Yo, lo admito, grito o hago un ruido parecido a un grito debajo del agua, mientras mi instructor se ríe (o eso creo que hace por debajo de la máscara), sin embargo el miedo pasa rápido porque ya sumergida no hay vuelta atrás, seguir nadando y alejarme de la morena rápidamente.
Los peces nos rodean y dan ganas de tocarlos, tratarlos como si fueran perros o gatos marinos, hasta que aparece un tiburón. Asusta un poco, es cierto, pero no tanto como la morena, y no sé la razón. Al rato aparece otro tiburón y nada un poco más profundo, en total son tres los tiburones que se atraviesan en nuestro camino antes de volver a subir.
Fueron en total 40 minutos debajo del agua, más el tiempo de los entrenamientos para aprender a manejar los equipos.
Al final volvería a sumergirme, aún me siento debajo del agua.
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