Nostalgia por la casa (homesick)
Cuando uno piensa en que va a sentir nostalgia por estar lejos de la casa siempre se imagina extrañando a sus papás, amigos, hermano. Pero este sentimiento no llega con ellos, es decir, siempre hay una buena comunicación con tus padres y amigos, te enteras de todo por Facebook, chateas y hablas por Skype, usas el teléfono y te das cuenta que las distancias no son tan grandes.
Sin embargo, la nostalgia por el hogar sigue ahí. Se despierta en pequeños detalles como un café o capuchino inmundo, no poder conseguir un plátano para prepararlo asado o no tener la harina de maíz para hacer arepas.
La nostalgia por el hogar está llena de abrazos imaginarios, más que de palabras, está llena de risa y hambre. Se despierta, por ejemplo, al extrañar un equipo de sonido a todo volumen, manejar el carro, ir a Guasca.
Extrañamos a las personas de forma diferente, en mi caso lloro con los correos de mi hermano, de mi mamá, y hasta de Marijuli (que está a mi lado), las palabras de aliento de mi papá por teléfono, las conversaciones con Naffy, jonfa o Isa. A todos, absolutamente todos los siento cerca.
Extraño y no extraño, sigo teniendo experiencias extraordinarias (caminar bajo la lluvia y caminar sin zapatos sobre el pasto, parecer una loca hablando sola y luego conocer gente de Japón, Irán, China, Taiwan, Alemania, Grecia, Italia...), y dejar mis crespos sueltos en libertad.
Siento que quiero estar más tiempo del que podría tener, siento que mi visa es como una enfermedad terminal, sabes hasta la fecha en la que estarás aquí y no hay reversa.
He descubierto mi verdadera vocación (en realidad ya la sabía, pero me negaba a ella), el periodismo es lo mío, no me lo voy a negar más. Quizá me falte afinar mis palabras, mi redacción, pero tengo el talento de escuchar y hablar con la gente, de interesarme por lo diferente, de preguntar sin pena, de pasar por la persona más impertinente... Luego buscaré de que vivir (los salarios para los periodistas en Colombia no son justos).
O quizá quiero ser escritora y contar historias, pero en esa parte tengo muchas más dudas.
Sin embargo, la nostalgia por el hogar sigue ahí. Se despierta en pequeños detalles como un café o capuchino inmundo, no poder conseguir un plátano para prepararlo asado o no tener la harina de maíz para hacer arepas.
La nostalgia por el hogar está llena de abrazos imaginarios, más que de palabras, está llena de risa y hambre. Se despierta, por ejemplo, al extrañar un equipo de sonido a todo volumen, manejar el carro, ir a Guasca.
Extrañamos a las personas de forma diferente, en mi caso lloro con los correos de mi hermano, de mi mamá, y hasta de Marijuli (que está a mi lado), las palabras de aliento de mi papá por teléfono, las conversaciones con Naffy, jonfa o Isa. A todos, absolutamente todos los siento cerca.
Extraño y no extraño, sigo teniendo experiencias extraordinarias (caminar bajo la lluvia y caminar sin zapatos sobre el pasto, parecer una loca hablando sola y luego conocer gente de Japón, Irán, China, Taiwan, Alemania, Grecia, Italia...), y dejar mis crespos sueltos en libertad.
Siento que quiero estar más tiempo del que podría tener, siento que mi visa es como una enfermedad terminal, sabes hasta la fecha en la que estarás aquí y no hay reversa.
He descubierto mi verdadera vocación (en realidad ya la sabía, pero me negaba a ella), el periodismo es lo mío, no me lo voy a negar más. Quizá me falte afinar mis palabras, mi redacción, pero tengo el talento de escuchar y hablar con la gente, de interesarme por lo diferente, de preguntar sin pena, de pasar por la persona más impertinente... Luego buscaré de que vivir (los salarios para los periodistas en Colombia no son justos).
O quizá quiero ser escritora y contar historias, pero en esa parte tengo muchas más dudas.
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